Hace unos días que me vengo preguntando si publicar o no esta entrada. Se trata de enseñar "mi primer relato" más o menos en serio y, cuando digo en serio tampoco quiero que se piense que lo hago con un ánimo pretencioso, simplemente he decidido mostrarlo para que los demás puedan leerlo, sin más.
La historia apareció en mi mente en un desvelo a las seis de la mañana. Así que como no podía dormir empezaron a surgir ideas que, algo abstractas, tomaron sentido tras plasmarlas y ordenarlas.
Espero que les guste.
Un
final feliz
Como todos los días, con las primeras luces del alba,
Mina llamaba a la fortaleza del Reino del Dragón y dejaba que él posara sus
enormes ojos en su temblorosa cara. Ella sostenía su mirada y tras una mueca de
sonrisa se marchaba hasta que, nuevamente, el Sol se pusiera para volver a
hacer acto de presencia ante él. Así debía de hacerlo día tras día desde que
Mouk descubriera su secreto.
Cuando
Mina nació nada hacía presagiar lo que en unos pocos años sucedería. Al fin y
al cabo ella era como el resto, una niña normal, pero cuando a la edad de seis
años le empezó a asomar su primer diente definitivo todos quedaron perplejos. No
es que fuera de un marfil tirando a amarillento,
no, el diente era completamente dorado, y así fue sucediendo con el resto de las piezas
hasta que terminó de renovar su reluciente pero extraña dentadura.
Las
ingenuas flores, engañadas, ladeaban su posición al paso de su resplandeciente
y radiante sonrisa. ¿Cómo no iba a sentirse eclipsado y celoso el glorioso Astro
Sol con semejante y anodina criatura terrenal? Ni siquiera la profunda y oscura
noche era capaz de ahogar los destellos de la sonrisa de Mina.
En la
aldea siempre debía ir acompañada por alguno de sus padres por temor a que
cualquier desalmado ladrón le arrebatara
su preciada dentadura, así que aquello más que una bendición se convirtió en una desgracia. La
muchacha deseaba salir y descubrir el mundo pero el recelo a que le sucediera
algo hizo de ella una chica tímida y reservada.
Mouk, el
Dragón, no tardó demasiado en descubrir que en su reino habitaba una muchacha
con los dientes de oro, así que no dudó en reclamar lo que creía que era suyo.
Sin más, ordenó que se apresara a la muchacha y le arrancaran su apreciada
dentadura para reunirla con el resto de sus incontables riquezas. Los padres
asustados por el futuro de su hija decidieron llegar a un pacto con el Dragón,
el cual consistiría en que la muchacha se fuera a vivir a su castillo para
siempre, de esa forma su hijita sería presa de él, pero al menos no tendría que
renunciar a su dentadura. Para Mina aquel trato era peor que la propia muerte,
ya que si bastante sufrimiento era el no poder salir prácticamente de aquella
aldea, ¿qué sería de ella encerrada en aquel castillo y con la única compañía
del Dragón? Así que el acuerdo se cerró en que ella se acercaría a la fortaleza
mostrándole su dorada dentadura antes de que despertase el sol y de nuevo
cuando cayera la noche, todos y cada uno de los días de su vida. El Dragón,
conforme, accedió al trato pero juró que si algún día Mina no aparecía ante él,
lamentablemente, su familia moriría.
La vida
de Mina transcurría sin sobresaltos, los padres la seguían teniendo a salvo y
el Dragón miraba con orgullo sus riquezas, todo perfecto, salvo para ella, que
soñaba con la libertad y con un amor que aunque todavía no conocía, estaba
segura que sería como sentir una constante y suave caricia de la brisa del mar.
Y claro, cuando los sueños no se cumplen, la desdicha acaba llegando, sube
despacio, sí, pero como el sigiloso aleteo de un gorrión, termina elevándose sin
prácticamente hacer ruido.
Mina
soñaba, dormida y despierta, soñaba tanto que en uno de aquellos sueños algo se le reveló. Algo
tan importante como para averiguar que su fatídica existencia era el resultado
de una maquinada historia de hadas en la que la desdichada protagonista, que en
este caso era ella, debía pasarlo muy mal ya que le estaba esperando un final
maravilloso, de hecho sería el más maravilloso de todos. Pero los días, los
meses y los años pasaban y ningún príncipe azul venía a rescatarla y ningún
encantamiento desaparecía. Ni siquiera cuando cumplió la mayoría de edad pasó
nada, así que ella esperaba y esperaba sin que apenas nada cambiara.
Pero entonces
en otro de esos sueños descubrió que su “autora”, es decir la creadora de su
cuento de hadas, había cambiado de idea y ya no tenía preparado ningún final
feliz para ella. No, esta vez no. Esta vez La autora había decidido que su
protagonista no tuviera ese final feliz que todo lector espera, sino otro más
desdichado en el que la desesperada Mina acabaría entregando su dentadura al
Dragón para poder, por fin, ser libre y encontrar el amor. El Dragón al verla
sin dientes sentiría pena de ella y finalmente la convertiría en piedra. La
autora estaba hastiada de aquellos típicos finales en los que todo acaba bien,
así que esta vez decidió dar un cambio de rumbo a la historia de Mina y de esa
forma desembocarla a un trágico destino.
Cuando
Mina descubrió los maquiavélicos planes de su autora no atisbaba a entender por
qué ella, sí ella, no tenía derecho a tener su maravilloso final feliz.
Mina
sabía que en todo cuento de hadas había hechizos, deseos o pociones mágicas y
aunque la Autora no los tuviera reservados para ella, los encontraría. Sabía
que en algún sitio de aquella maldita historia estaría escondido uno de esos
encantamientos, así que valiente se enfrentó a su destino. Sí, en alguna parte de aquellas líneas encontraría
algo, algo mágico, algo que pudiera utilizar para ello y cambiar de esa forma
su porvenir. Buscó y buscó pero nada encontró, por más que examinaba cada frase,
cada letra, cada punto y cada coma no hallaba ni varitas mágicas, ni pociones,
ni sortilegios.
Desalentada
de tanto buscar y de tanto pensar decidió pasear en dirección al prado de los
Watson que estaba a unos pocos metros de su casa. Se sentó y vació su mente muy
lentamente y, cuando sus manos notaban el refrescante tacto de la hierba fresca,
Mina miró al suelo y advirtió un tímido y diminuto trébol de cuatro hojas. No
sabía que aquellos tréboles eran mágicos, pero le entusiasmó tanto aquel
peculiar fallo de la naturaleza que lo arrancó y lo guardó en su bolsillo para
que nadie se lo arrebatara, ya que, a su manera, también ella se sentía como
aquel pequeño y diferente trébol.
Aquella
noche Mina volvió a soñar con su final feliz, con el que tantas y tantas veces
había soñado. Pero esa noche el sueño fue más lúcido, más real.
Al día
siguiente, tal como había hecho prácticamente toda su vida, se dirigió de forma
autómata al castillo para visitar a Mouk. Pero esta vez nadie abrió la puerta,
esperó un rato pero nadie aparecía, hasta que un ruido de pisadas se acercó a su
espalda y alguien le tocó el hombro.
-El Dragón ha muerto, yo mismo le he matado. Eres libre.
-¿Libre? Titubeó Mina.
¿Era
acaso “su final feliz”? ¿Y era él su príncipe azul? Sí, ahí estaba delante de
ella, estático pero con una gran sonrisa diciéndola ¡yo también te estaba
esperando!
Pero
cuando ella se fundió con él en un profundo y cálido abrazo, él desapareció,
como desapareció el castillo, las nubes, y el celoso Sol, todo se desvaneció,
solo quedó ella en la absoluta e infinita Nada.
El
cuento se acabo y con él su final feliz.
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-¿No hay nada más? Preguntaba a La autora.
-Es tu final, Mina, ya está, ya acabó.